martes, 2 de octubre de 2007

La catirita del CNE y yo, nuestra audacia com jueces...

Hace unos días viví una situación que, una vez mas, logró sensibilizarme sobre las diversas y múltiples formas de discriminación que desarrollan los seres humanos y, en especial, lo cambiados que estamos mis coterráneos a este respecto.
Me permitirán omitir los datos de ubicación, para proteger al personaje que protagonizó la escena.
Yo estaba en una de esas esperas fastidiosas y largas que nos tocan a todos con tanta frecuencia, en un lugar público que, adicionalmente, cuenta con la desgracia de no poseer ni una solo silla para hacerle mas fácil la espera obligada a los usuarios. Como algunos sabrán tengo dificultades de salud que me complican estar mucho tiempo de pie, así pues que cuando me disponía a sentarme en el suelo, descubro una silla (la única del lugar) que estaba desocupada y no parecía, a pesar de las circunstancias descritas, que tuviera ninguna persona dispuesta a usarla. Así que muy de prisa, le pregunto a la persona “responsable” de la silla si me permitía usarla y con un gesto de sorpresa, amablemente me dijo que por supuesto que si.

Al principio, esta persona parecía bastante retraída y silenciosa, creí que posiblemente se trataba de un requisito para ejercer su trabajo, pero luego de unos 15 minutos, entendí que mas bien se debía a lo que vivía, sufría y experimentaba justo haciendo su trabajo, aquel por el que le pagan cada tanto tiempo (hasta 3 meses), aquel trabajo que tanto le ha costado conseguir, aquel trabajo que tiene imperiosa necesidad de mantener, para poder estabilizar sus deudas de sobreviviencia y de manutención de su madre enferma de una costosa dolencia, ese misma labor en la cual debe atender a un público que es increíblemente hostil con ella, enfrentando comentarios insolentes, desconfiados y por momentos incluso desagradables y mucho. Y saben cómo pude entablar una franca conversación con aquella joven?, después de sentir el mismo desprecio hacia mi, porque estando sentada a su lado (obviamente en una circunstancia y por motivos desconocidos para el que se acercaba), los mismos desaires me eran dirigidos en franco desagrado, evidentemente irracional.

Se trataba de un puesto móvil del Consejo Nacional Electoral, cuyo fin era permitir a cualquier elector chequeara sus datos y obtuviera un comprobante de haberlo hecho. Cada pregunta que debía hacer aquella muchacha era respondida con un desagradable gesto o comentario, ni que decir cuando pedía que dejaran su huella en el comprobante de chequeo y a mi me miraban con el mismo desprecio. Cuando estuvimos solas, hablamos de sus dificultades personales, de su creencia política (no oficialista por cierto), de las dificultades para conseguir empleo tanto en Instituciones públicas como privadas porque en su Currículo menciona experiencias en ambos mundos, con lo cual es “sospechosa” para ambos bandos y del mensaje adicional de “traidora” que se sentía en algunos casos, solo por ser “blanquita y catirita” como ella era…

Mi empatía no solo intelectual sino emocional, puesto que aquello que esa niña describía lo estuve viviendo durante algo mas de media hora que estuve ocupando aquella silla; me llevó una vez mas a reflexionar sobre el tema de la discriminación que en los últimos años hemos desarrollado con nuevas formas y maneras y que tanto impacto tienen en gente que sufre, ríe, lucha y es honesta y me niego a escribir tanto de un bando como de otro, porque me niego a aceptar dos bandos entre venezolanos que simplemente desean vivir en paz.
Será que no importa cuantos ejemplos y circunstancias nos toquen vivir, no logramos ver que excluyendo somos excluidos, que diferenciando con adjetivos somos diferenciados, que haciendo juicios grupales nos convertimos en culpables de algún otro grupo.

Les ruego mirar a su alrededor, ser conscientes de sus conductas y comprender de una vez por todas, que pensar diferente o igual, ser diferente o igual, trabajar diferente o igual, no cambia nuestra condición de ser humano. El color de nuestra piel, el estado de cuenta de nuestra chequera, el color de la tarjeta de crédito, la marca del carro que tenemos o la del que deseamos, las veces que salimos en la foto de la revista, eso tampoco cambia nuestra condición como ser humano.

Sin embargo, la audacia de nuestros juicios y condenas hacia otros, la forma como decidimos calificar o descalificar, la ira, rabia y desprecio que nos permitimos sentir, éso si cambia nuestro perfil como ser humano, y solo lo cambiamos cada uno de nosotros haciéndonos responsables por aquello que decimos, hacemos y sentimos….que si nos permitimos ser guiados por pensamientos mas congruentes y enriquecedores, seguramente si seremos mejores seres humanos.
Inténtelo usted, a lo mejor vale la pena…

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